Juan Carlos Zabala ganó la maratón de Los Ángeles 1932 y se convirtió en uno de los atletas más importantes de la historia argentina.
Tal
vez no tenga una razón para correr como la tiene el ñandú, ave sudamericana que
utiliza sus largas patas para evitar convertirse en carne o en plumero. Quizá
apresura sus pasos para escaparle a la angustia y al medio, sentimientos que lo
acompañaron a lo largo de su infancia en el hogar para huérfanos de Marcos Paz,
“Ricardo Gutiérrez”.
Fue en ese orfanato donde Juan Carlos Zabala ganó sus primeras
carreras y donde conoció a su entrenador, en aquel momento profesor de
educación física, Alejandro Stiriling. Él fue quien lo llevó a competir primero
en colegios, cuando el joven de apenas 15 años tenía tiempo de burlarse de sus
rivales, hacerle gestos y hasta tocarlos para luego escapar hacia la meta en
soledad.
Al
cumplir los 19 años viajó a Checoslovaquia para enfrentar a rivales de jerarquía.
En su primera carrera obtuvo un confortable tercer puesto y en la maratón se
quedó con la primera posición, igualando el record europeo de aquel momento.
Pero sin dudas su punto culmine fue en los Juegos Olímpicos de
Los Ángeles 1932. Hasta ese momento las maratones habían sido ganadas por
europeos de aproximadamente tres décadas de vida, que marcaban como error
partir en primer lugar. Zabala rompió con esas realidades en 2h 31' 36”. Con 20
años y arrancando por delante de sus rivales, el argentino llegó con una
ventaja de 20” sobre el británico Samuel Ferris y obtuvo el oro.
A
pesar de estar los siguientes dos días sin apoyar los pies y postrado en una
cama durante 24 horas, Zabala tuvo tiempo de festejar el triunfo en Hollywood.
El atleta estadounidense, Jesse Owens, lo invitó a la ciudad del cine americano
y le presentó a la famosa actriz Ginger Rogers. Aunque su corazón estaba
guardado para alguien más.
Elsa
B. de Zabala fue quien conquistó el amor del maratonista. Vecina de Buenos
Aires, pero nacida en Dinamarca, se ofreció para ser la traductora del rosarino
en una competencia en su país de origen. París es la ciudad del amor, pero fue
Copenhague, capital fría del norte de la Península de Jutlandia, donde el calor
entre ambos derivó en un casamiento años más tarde.
Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 no lo tuvieron como
protagonista, ya que una lesión lo obligó a abandonar la maratón. Zabala decidió quedarse en Alemania un
tiempo y allí se recibió de piloto y profesor de educación física. Mientras
tanto, en Argentina la película “Y mañana serán hombres...” contaba su
historia.
Una
foto en donde aparecía rodeado de niños alemanes con el brazo derecho extendido
hacia arriba con el puño cerrado, complicó el regreso de Zabala al país,
creyendo que era comunista. Pero luego de explicar que los chicos festejaban su
victoria en una carrera a beneficio para un hogar de huérfanos, el rosarino
pudo regresar a su país natal a descansar.
Finalmente, el 24 de enero de 1984, "El Ñandú Criollo", cómo lo apodó el diario Crítica, dejó de correr para siempre y sus pasos quedaron marcados en la eternidad del atletismo argentino.
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