Estás
sólo, pedís la pelota. Una vez que la recibís, con un caño de esos que se
escucha el “OOOOLEE” en las tribunas dejás en el camino a un rival. Levantás la
cabeza, tenés unos metros libres para seguir con el balón.
Una vez que pasás mitad de cancha, se la
cedés al 10 y corres rápido pegado a la linea lateral, para desmarcarte y mostrarte devuelta. Sabes que le comiste la
espalda a tu marcador, por eso comenzás a cerrarte y levantás la mano para
pedir la devolución del esférico.
El enganche, jugador más hábil de tu
equipo, luego de pasar entre dos jugadores, te la devuelve con un pase entre
lineas de esos que hace parar a más de un plateísta.
La frenás con la cara interna del pie izquierdo. Llegó el momento. Ese segundo en que te das cuenta que el defensor lateral contrario está detrás tuyo y sabés que es imposible que te alcance. Ese segundo en que mirás al central rival que viene como loco hacia vos con la idea de clavar sus tapones en tu rodilla con tal de frenarte. Ese segundo en que la platea grita “¡PEGALE!”.
La frenás con la cara interna del pie izquierdo. Llegó el momento. Ese segundo en que te das cuenta que el defensor lateral contrario está detrás tuyo y sabés que es imposible que te alcance. Ese segundo en que mirás al central rival que viene como loco hacia vos con la idea de clavar sus tapones en tu rodilla con tal de frenarte. Ese segundo en que la platea grita “¡PEGALE!”.
Mirás al arquero, quien ya te estaba observando
previamente, porque él sabía que este momento iba a llegar. Seguís contemplando
el arco y ves libre el segundo palo.
Inclinás tu cuerpo hacia la derecha y sacás
un remate que va hacia la red. Ya todo el estadio mira de pié y en
silencio la trayectoria del balón que comienza a cerrarse.
El arquero despega sus pies del piso y se
estira lo más que puede pero sabe que no llega. Su vuelo es invadido por flashes
de todos los sectores de la cancha, porque hasta los fotógrafos se dan cuenta
que va a ser gol.
La pelota pega en el travesaño, pica dentro
del arco y es devuelta al juego por un defensor con el número dos en su espalda.
La hinchada festeja. El arquero se agarra
la cabeza. Los relatores inflan sus gargantas al grito de “GOOOOOLAAAAAZOOOO”.
Vos salís corriendo a festejarlo, es tu
primer gol en Primera División. Tus compañeros atinan a abrazarte. Pero el
sonido del silbato nunca se escucha.
El árbitro está levantando su manos en
señal de que el balón no ingresó. El juez de linea apoya la decisión de su compañero indicando que el defensor la sacó sobre la raya.
Dos minutos después termina el partido
igualado 0 a 0. Nunca más vas a poder repetir esa jugada, ese gol que te
quitaron nunca te lo van a devolver. Podrás hacer 100 goles, pero como
ese jamás.
PARA ALGUNAS JUGADAS LA TECNOLOGÍA EN EL
FÚTBOL ES IMPRESCINDIBLE.
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